“Escribir es el tiempo, es una artesanía, una ascesis”
Conversación con César Aira
Por: Juan Rodríguez Pira
alba magazin 2014
Leer a César Aira nos recuerda a las vanguardias: sus narraciones pueden leerse como propuestas e invitaciones; la ironía y el absurdo irrumpen haciendo explícito el proceso de escritura y las decisiones que todo escritor toma. Con los años este escritor argentino ha ido ganando un grupo fiel de lectores y su influencia se expande casi a la misma velocidad con la que publica.
Sus libros se preguntan y nos preguntan sobre la calidad y sus valores, nos hacen reír y se ríen de nosotros mismos. Empezó publicando en editoriales pequeñas y todavía es fiel a algunas; sus libros han aparecido en casi cualquier tipo de editorial que uno pueda imaginar: comercial, casera, cartonera o cuidada. Estuvo unos meses en Berlín en 2012 y hablamos con él después de su visita.
Vuelve usted a Buenos Aires después de unos meses en Berlín, ¿ya empezaron a preguntarle “cuándo sale la novela de Berlín”?
Sí, me lo preguntan. Pero no habrá “novela de Berlín”. No es tan fácil, ojalá lo fuera. Además, si hubiera escrito una novela en Berlín, la acción sucedería en mi barrio de Buenos Aires, o en Egipto.
Es difícil imaginar el camino de libros como los suyos para empezar a ser publicados. ¿Cómo fue ese proceso?
A los dieciocho años escribí mi primera novela, que no se publicó ni se publicará nunca, lo mismo que las diez o veinte que escribí a continuación, siempre en tren de aprendizaje y placer (aprendizaje y placer eran lo mismo para mí). Hacia los treinta años escribí una que creí que podía publicarse, la llevé a una editorial y se publicó. Así de simple fue. Creo que es un error pensar que los editores son tan necios como para dejar escapar algo bueno. Si rechazan un manuscrito hay que seguir escribiendo hasta que salga bien, y entonces lo van a aceptar.
Y bueno, una vez publicado, ¿cómo fue el camino para llegar a los lectores?, ¿cómo se da o abre ese espacio?
Todo escritor es lector antes de ser escritor, y después, y durante, y casi siempre es más lector que escritor. Así que la conexión con el “lector” se da en el proceso mismo de la escritura. Lo que viene después se da por sí solo, es preferible no interferir.
Ahora, años después, gran parte de su obra, si no aparece filtrada por la crítica académica, al menos sí llega recomendada por ella. ¿Qué tanto ha ayudado este hecho en la recepción de su obra?
La crítica académica casi siempre hace calzar a la fuerza la obra que estudia en teorías prestigiosas, que casi nunca tienen que ver con la obra o con el escritor. Cuando leo algunas de esas tesis o artículos sobre mí, me desalienta no encontrar ni rastros del placer que debió de sentir su autor al leerme. Tengo que deducir, por indicios indirectos, que mis libros le gustaron. De cualquier modo, ahí, en la academia, tengo mi público más fiel. Y lamento decir que yo me lo busqué, por el irremediable sesgo intelectual o autorreflexivo de todo lo que hago.
¿Y qué tal una lectura desprevenida y desentendida de tanto artilugio académico? Yo creo que los que nos formamos con otros medios (cómics, televisión y películas) disfrutamos sus libros independientemente a ese tejemaneje…
No puedo evitar irme por las ramas de las ideas, y terminar haciéndome demasiado difícil para los adolescentes, que serían mis lectores ideales. He intentado simplificarme, pero ahí es cuando más me complico.
¿No estamos regresando entonces al pasado, cuando la literatura englobaba todas las formas de narrar y todo lo narrado? Uno podría leerlo a usted como una invitación a abrir los cauces, a volver a incluir lo hecho en otros campos…
No creo que haya sido así sólo en el pasado. La Divina Literatura es la Reina de las Artes, porque las incluye, consuma y supera a todas. Ya lo he contado otras veces. Cuando yo tenía veinte años, en los sesenta, lo que todos queríamos hacer, y yo también, era música, artes plásticas, cine; al no tener talento natural para nada de eso, escribí, creyendo que optaba por la literatura por descarte, porque era lo único a mi alcance. Me llevó toda la vida entender que la literatura era lo más difícil, y que me había pasado la vida haciendo cine, música, pintura.
En sus libros es clara la función del hilo narrativo; siempre parece estar ahí, conectando o justificando. ¿Qué tan importante es el hilo?
Las lecturas de infancia y adolescencia, novelas de aventuras, de piratas, policiales, siguen muy presentes en mí, siento un deber de lealtad por ellas. Y todos los vanguardismos y experimentos que he probado los injerté en ese molde, que sigue inmutable. De ahí que no me considere un vanguardista completo, porque un verdadero vanguardista debe empezar destruyendo lo que lo precedió. Yo sigo fiel a un cierto clasicismo narrativo, bastante infantil.
Algunas veces usted ha comentado que disfruta y aprecia cuando la prosa se detiene a describir un instante o una imagen. ¿No sería más fácil deshacerse del hilo narrativo y saltar directo a estos momentos?
Esas detenciones de la acción narrada para hacer una descripción son fundamentales para darle otra dimensión al relato, la espacial. El hilo es tiempo, pero el relato también necesita espacio para que la imaginación pueda actuar. Las dos cosas son necesarias.
Sus libros podrían leerse como propuestas: algunos ingredientes se consideran atractivos y luego se echan a andar. Ahora bien, una vez fijadas las reglas de cada trabajo, ¿no queda uno otra vez maniatado?
En efecto, uno de los grandes peligros en el relato, sobre todo en la novela, es caer en lo mecánico: plantear una situación o un procedimiento, y después ir llenando las casillas, página tras página, hasta el final. Los best-sellers tienen algo o mucho de eso, y supongo que eso es lo atractivo y gratificante que tienen para sus lectores. Los valores cardinales de toda la cultura popular son lo Previsible y lo Redundante.
De la propuesta queda una idea para narrar. Permanece el procedimiento, pero no siempre su ejecución, ¿o será que él es la misma ejecución?
La idea es el instante, la bendita iluminación que puede venir de cualquier parte en cualquier momento. Escribir es el tiempo, es una artesanía, una ascesis, tiene que ver con el cuerpo así como la idea, por estar despojada de tiempo, es puramente mental.
Como en la obra de todo escritor, los lectores estamos pendientes en cada libro si le salió “bueno” o “malo”. Pero en su caso es más complicado acordar un criterio; obliga a leer con más atención y cuestionar los propios valores. ¿Cómo participan los lectores de este juego?
A los aspirantes a escribir les digo que no pierdan tiempo en tratar de escribir algo “bueno”. Se les va la vida en el esfuerzo, y lo más que pueden lograr es hacer una pobre imitación de alguna de las obras maestras que abundan en la literatura. Ya hay demasiados libros buenos, ¿para qué queremos más? Lo que importa es crear paradigmas nuevos de calidad, transmutar los valores, como quiso Nietzsche. (Soy consciente de que es un consejo peligroso. Mejor no me hagan caso.)
Varios de sus críticos suelen leer su obra en términos nacionales: que si leyó a Zutano, que si se le nota Mengano, que parece que ignorara a Perencejo y escribiera desde Fulano… ¿Qué tan provechosa o perjudicial puede ser esta lectura?
Es comprensible, y hasta lógico, que se hagan esas contextualizaciones, porque la literatura es un sistema, y todos los escritores escribimos después de otros escritores, que hemos leído y queremos emular, o sobre cuya obra queremos innovar. En la Argentina me contextualizan con Lautréamont o con Raymond Roussel, en el extranjero con Mansilla o Arlt. Y unos y otros con Borges, lo que está muy bien.
Lo que sí parece circunscrito a su país es su trabajo con las editoriales. Usted ha publicado en editoriales con implicaciones claras allá, pero ese gesto puede diluirse si empezamos a alejarnos. ¿Cómo ha hecho entonces para ganar espacio fuera?, ¿se ha “replicado” el proceso en otros países hispanoparlantes?
Nunca me gustó la parte administrativa del oficio, así que opté por editoriales independientes, de amigos, a los que les regalo mis libros, sin contratos ni derechos de autor ni nada de eso. Siempre viví de mi trabajo de traductor, y no mezclé plata con literatura. Cuando empezaron a traducirme, no tuve más remedio que tomar un agente, que se ocupa de todas esas cosas, y lo hace muy bien. Pero en la Argentina sigue siendo a mi modo.
Cuando un libro suyo es traducido aparece sin las señales propias que dan las editoriales en español. ¿Cómo ha sido su difusión en los demás idiomas?
Me desentiendo por completo de ese asunto. En general, me desentiendo de mis libros una vez que se los he dado a un editor, no los releo jamás, y muchas veces me olvido del contenido, y hasta del título. No es que recomiende este método, pero es el que me conviene a mí. Me deprimiría ver la literatura como una producción; prefiero verla como un continuo de escritura, invención, juego.
La distancia también ayuda a ver su obra como literatura a secas, lejos de regionalismos o idiomas. ¿Se inscribe usted en esa lectura o escribe para la gente cerca de usted?
La distancia crea interesantes malentendidos, que enriquecen la lectura. A veces, respondiendo a las preguntas que me hacen los traductores, desearía que no fueran tan fieles, tan respetuosos, que cometieran errores divertidos, que serían errores secretos, es decir que no serían errores.