Sobre las portadas y reseñas de 35 muertos, de Sergio Álvarez
Juan Rodríguez Pira
El Espectador, 2012
Imagen: portadas de la edición colombiana y alemana de la novela
Cada campo cultural aprecia un libro según lo que encuentre rescatable. Ver cómo se promociona 35 muertos en Colombia y Alemania habla mucho de lo que se valora al leer una novela. También nos sirve para reconocer lo que cada mercado considera novedoso.
Con solo ver la portada de la edición alemana uno sabe que piensan en otra cosa. Aparece una foto de Santiago Harker con callejón y tejas de algún pueblo colombiano. Después, uno gira el libro, un poco más pesado que el colombiano, y lee una cita en negrilla: “el que en esta tierra no ha matado a nadie no tiene futuro”. Luego, aparecen tres adjetivos elogiosos y una larga cita que incluye drogas, salsa, revolución, mafia, fiesta, desapariciones y sicarios. Más abajo, vuelve la negrilla: “después de Cien años de soledad – la gran novela colombiana”. En las solapas hay más citas, una nota sobre Álvarez (lugar de nacimiento y residencia, nada más) y más Macondo: “el realismo duro de Álvarez se opone al realismo mágico de García Márquez”. En la página de Surhrkamp aparece un resumen y una presentación radial. La locutora alude a la historia reciente que recorre el libro, se esmera en afirmar que un personaje sí pudo haber vivido tanto y cierra diciendo que la novela es poco política.
¿Y cómo se mostró en la portada colombiana? Allí se ven tres modelos, disfrazados de desplazados, con ropa nueva y corotos ready-made. Y, en la contraportada, se enfatiza que es una historia de todos. El protagonista se presenta como un perdedor y la novela como un viaje. Por último, se lee lo siguiente: “una novela con un lenguaje deslumbrante que, sin duda, será una obra de referencia de la nueva literatura latinoamericana”. Ahí queda claro a qué lecturas apostaron: historia colombiana y renovación literaria.
A eso apuntó la contraportada. Pero, si uno ve la recepción y posterior promoción, nota que se habla únicamente de la realidad aludida. Y que la propuesta literaria es apenas mencionada.
Las entrevistas con Álvarez y las reseñas de 35 muertos aluden a la historia recorrida en la novela y a la experiencia de Álvarez. Se lo muestra como una persona de barrio que ha visto ganar o sucumbir a mucha gente; alguien que habla sobre los colombianos de a pie y los conoce bien. Se lo muestra como un colombiano normal, siempre, pero nunca como un artista.
35 muertos acompaña a un personaje anónimo desde el 65 hasta el 99. Los narradores parecen conversar y el registro de voces es rico; uno reconoce palabras que hace rato no oía y se alegra de ver otras tantas sobre el papel. Desde el nacimiento del protagonista el lector conjetura: ¿están hablando de Efraín González?, ¿será éste el fraude electoral del 70? Así prosigue el libro y los hechos de estos años se van anudando; detrás de apodos adivinamos a presidentes y en las siglas trastocadas reconocemos a grupos políticos. Hechos cruciales van apareciendo y la novela se las arregla para recorrerlos.
Uno podría preguntarse si un lector acepta que al protagonista le pasen tantas cosas; si, por ejemplo, conocemos en un bar a alguien que haya vivido lo mismo, es difícil que le creamos. Ahora bien, también puede alegarse que esa no es, necesariamente, la idea de la novela. Podría pensarse que la verosimilitud se está discutiendo o, también, podría pensarse que el libro es un juego en el que el lector anuda los hechos y los combina con cada canción. Podríamos, tal vez, seguir el consejo de Álvarez y sentir que todos somos ese narrador. O, por último, podríamos pensar que, gracias a los elementos folletinescos, con parejas, intrigas y personajes recurrentes, se está usando un medio que creemos conocer bien -el folletín- para mostrar una historia dura. (Y esa lectura justificaría la portada colombiana.)
Los recursos narrativos son renovadores, sí, pero las reseñas apelan más a la realidad aludida. En las reseñas que encontré, no se habla de arte, ni de estructura, ni del trabajo hecho con la música.
En el corto “Sergio Álvarez”, en vimeo.com, se ve a Álvarez caminando por Santa Librada y el barrio Quiroga, hablando de amigos muertos y mostrando una Bogotá ajena para algunos. Allí dice que le interesa contar historias de gente sencilla y uno supone que el protagonista es otro más que no hemos oído.
La novela de Álvarez sirve para empezar a abrirle espacio a esas voces. Al leerla, uno cae en cuenta de lo que hace falta por publicarse.
Posdata. Recuerdo que, hace una década, cuando Álvarez publicó La Lectora, oí una anécdota elocuente: una compañera de universidad hacía su práctica en una revista literaria y llegó a contar que allá, en la revista, se referían despectivamente a Álvarez como “el indio”. Ignoro si la anécdota es inventada, pero no es difícil creerla. Él se aparta de cierta imagen del escritor bogotano (blanco, viajado y privilegiado) y, por eso, se la cobran.
O dicho de otra manera: que no se discuta la apuesta técnica de 35 muertos en tantas reseñas es otro de los vértices del clasismo colombiano y del racismo europeo.