Fragmentos de Fictionomics
Juan
Rodríguez Pira
Publicado
originalmente en el fanzine Ex/salón # 7 “Una idea”. 2020.
Para ver el fanzine completo, visite la sección "Con otra gente".
El libro Freakonomics es un ejemplo elocuente de cómo cierta ideología economicista se expande y conquista distintos espacios. Fue publicado en el 2005 con el título Freakonomics: A Rogue Economist Explores the Hidden Side of Everything y fue traducido al español como Freakonomics: un economista políticamente incorrecto explora el lado oculto de lo que nos afecta; en la portada se ve una manzana que se abre y revela una naranja oculta. Hay película y muchas traducciones, también un podcast; según wikipedia, para el 2009 ya habían vendido más de cuatro millones de la edición anglosajona. Stephen J. Dubner y Steven D. Levitt, sus autores, han repetido la receta con éxito en libros como Think Like a Freak: The Authors of Freakonomics Offer to Retrain Your Brain (traducido como Piensa como un freak: los autores de Freakonomics te enseñan cómo ejercitar tu cerebro), SuperFreakonomics: Global Cooling, Patriotic Prostitutes, and Why Suicide Bombers Should Buy Life Insurance (traducido como Superfreakonomics: enfriamiento global, prostitutas patrióticas y por qué los terroristas suicidas deberían contratar un seguro de vida) y When to Rob a Bank: ...And 131 More Warped Suggestions and Well-Intended Rants (traducido como Cuándo robar un banco: además de otras 131 sugerencias retorcidas y peroratas bienintencionadas). Levitt, el economista del tándem, también ha publicado sobre microeconomía y economía de la legislación penal. La contraportada en español, traducción fidelísima de la anglosajona, dice:
A través de ejemplos prácticos y de una sarcástica perspicacia, Levitt y Dubner demuestran que la economía, en el fondo, representa el estudio de los incentivos: el modo en que las personas obtienen lo que desean, o necesitan, especialmente cuando otras personas desean o necesitan lo mismo.
En esta serie de libros “la economía” -una, única y verdadera-, se aplica y proyecta a la paternidad, las mafias, la educación, el Ku Klux Klan o el sumo. Freakonomics, como una profecía autocumplida, funciona como esos libros de doctrina que presentan los valores a acoger y subrayar en la sociedad.
Martin, un amigo de Pérez del MBA, bajó el podcast de Freakonomics y se aficionó a los libros; además, oímos varios capítulos del podcast en su carro, mientras él manejaba por Pomerania. Recuerdo que oímos, al menos, tres capítulos. En el primero, un profesor de economía contaba que, tras años de matrimonio, se había puesto a buscar pareja en internet. Al principio, se sentía torpe e inexperto pero, mientras pulía su perfil y le escribía cosas a mujeres detrás de fotos, cayó en cuenta de que el mercado de búsqueda de pareja se comportaba igual que el de búsqueda de trabajo. Este hallazgo le permitió mejorar en el cortejo y, de paso, le dio tema suficiente para un nuevo libro. En el segundo capítulo trajeron a un par de amigos, hombres, que hablaban sobre el aspecto físico de los criminales. Según ellos, si uno se fija en los ladrones de banco, por ejemplo, notará que todos son feos. Ellos medían la hermosura con un índice de simetría facial y sacaron un paper sobre la correlación entre belleza masculina y propensión a la criminalidad; su muestra era gringa, supongo, pues los más lindos eran los mariscales de campo. En el tercer capítulo, una pareja heterosexual hablaba sobre las inversiones hechas en sus hijos: deportes, artes, matemáticas, etc. Si bien ellos eran los primeros en admitir que, en la mayoría de los casos, los niños no iban a transformarse sustancialmente, la inversión en los hijos se comporta de manera similar a la exploración de yacimientos: si uno explota el lugar adecuado, las rentas obtenidas pueden ser enormes (“maaassive”, decían).
Yo, al oír esos capítulos del podcast y recordar el libro, pensé que debería leerlo y ver cómo transmiten la palabra. Así podría recopilar más ejemplos de cómo esta ideología se empuña e impone en distintos ámbitos. Tuve la idea de usar lo recogido allí para escribir una sátira o una pieza moral, un espejo inverso. Si los autores de Freakonomics decían que la economía se aplicaba para todo, pues yo la iba a aplicar a la novela: iba a narrar con precios, describiría con variables demográficas, contaría historias de vida con modelos… En fin, usaría todas sus herramientas para mostrar, por oposición, que era muy enfermo emplearlas para todo. De ahí el título de Fictionomics, pues este economicismo se aplicaría en el arte de novelar.
Tiempo después, caí en cuenta de que no era necesario leer a Dubner y Levitt para ver cómo se extiende esa mentalidad. Bastaba con recordar mi formación de economista, donde fui adoctrinado para pensar como los invitados al podcast.
Y bueno, también deseché la idea de hacer un espejo inverso. Me pareció una salida fácil. Aunque en esta primera parte sí lo intento un poco, como punto de partida, para luego apartarme.
(...)
Gdansk, 2014
Ganar, ganar, ganar. La misma mierda, siempre, y cómo cansa y seca y desgasta la vida; cómo chupa la sangre, cómo aturde esa cantinela.
Díaz, un amigo del colegio, decía que vivir al lado del almacén “Éxito” era el mejor método de superación. Cada día, al abrir su ventana, veía las mismas letras negras sobre fondo amarillo, el mismo mensaje iluminado:
É X I T O
Todo es éxito. Hasta en la música. Las canciones más populares son vendidas con el rótulo de “grandes éxitos”. Por ejemplo, en una emisora de Ibagué hacían un programa con las canciones más populares llamado “exitolímetro”.
(El San Andresito de Ibagué se llama, o se llamaba, San Andréxito.)
Tal vez por eso la autosuperación empresarial vende tan bien; tal ver por eso los gurús de TED talks son venerados; tal vez por eso las agendas y las camisetas están llenas de frases célebres y mantras para el éxito profesional.
Dele, dele. Machaque, joda. Vuelva y dele.
No descanse, no piense: siga m’hija, concentrada, echada pa’lante; la vida es dura, trabaje hermano, que la senda del éxito es larga.
Dele, dele. Supérese, supérese. Si la culpa católica le hacía sentir pecadora, la culpa economicista le hace sentirse fracasada, pobretona, ingenua, incapaz y floja; poca cosa, vago, inútil, arrimado, conchudo, diletante, evasor y egoísta.
Más tarde.
Recuerdo una idea de un cuento que nunca escribí. Se llamaba Éxito: recién me aparté de economía, después de haber dejado botada la maestría, recibí una revista con las últimas publicaciones del CEDE. Allí encontré los resúmenes de artículos escritos por gente que había estudiado con Pérez y conmigo, gente que al principio de la carrera estaba tan desubicada como nosotros y que ahora, gracias a astucia y trabajo, abrazaban los valores y herramientas que nos habían puesto en frente. Su mimetismo era de caricatura, de chiste: con solo leer el abstract de cada artículo podía saberse a qué profesora o profesor le estaban siguiendo el camino, qué abanico de citas y autores estaban eligiendo para hacerse un nombre y dar señales en el medio.
Ese cuento narraría su metamorfosis y sus planes. Ellos eran los “exitosos”, pues seguían el ejemplo, hacían lo que había que hacer y, por ello, la universidad los premiaba.
Uy, ahora que escribí la palabra “exitosos” me acordé de un programa de televisión. Era un concurso, presentado por Pacheco, y lo daban hace marras.
EXITOSOS era un concurso donde la gente quería ser famosa (i.e. exitosa) al cantar o mostrar sus talentos sobre una tarima. La gente llegaba con sus números aprendidos y luego dejaba que los jurados la felicitaran o se le cagaran de la risa en la cara.
Y así, mientras cada participante hacía sus gracias, un bailarín disfrazado de oso (creo que se llamaba Óscar) se zarandeaba y meneaba al lado. Cada concursante tenía un tiempo para mostrarse y, mientras tanto, los jurados acumulaban puntos negativos. Estos puntos negativos se iban restando, acercando a cada participante al fracaso. Conforme los puntos negativos se acumulaban, el oso cambiaba su estilo de baile: al principio podía moverse como bailarina de ballet o mecerse enamorado; pero si los puntos negativos se acumulaban, su estilo de baile se hacía más agresivo o más torpe, llegando incluso a remedar al concursante o echársele encima.
Esta senda de fracaso tenía su propia infografía. Estos puntos negativos se manifestaban con las letras de la palabra EXITOSOS. Así, al irse acumulando los puntos negativos, iban cayendo las letras de la palabra EXITOSOS:
E X I T O S O S
E X I T O S O
X I T O S O
I T O S O
T O S O
(Como en Inferno de Castellucci)
Y entonces, cuando la falta de talento era intolerable, caía la última “T” y se leía
O S O
En colombiano, “hacer el oso” es hacer el ridículo. La palabra “OSO” se iluminaba, la concursante sabía que había fracasado y Óscar empezaba a convulsionar, a reírse o a consolarla a las malas.