Entre 2007 y 2009 decoré el techo del lugar donde vivía, en Bogotá, con post-its de varios colores: amarillo, azul, rosado y verde (los que venían en el paquete).
Yo, sobre cada papelito, escribía el nombre de alguna cosa que me gustaba. Organizaba esas cosas según el sentido al que apelaban, como el olfato o la vista, y a cada color le asignaba un sentido. Sin embargo, rápidamente, noté que los colores y categorías eran insuficientes, pues había recuerdos o sensaciones que no podían registrarse apelando a esos sentidos.
Mientras escribía en los papelitos, y los pegaba en el techo, pensaba en la obra de Juan Mejía y en la “caja de herramientas” de un francés llamado Roger Filliou. También sentía que tomaba algo de El libro de la almohada, y me lo creía.
Luego, cuando me fui a vivir a Berlín, bajé los papelitos del techo y los pegué en una libreta.
Hoy, con los años, y algo de vergüenza, veo una pose, muy masculina.