Vanguardias: nadaísmo



Juan Rodríguez Pira
alba magazin, 2012

Nota: la revista tiene una sección sobre vanguardias latinoamericanas, de ahí el título.

Imagen de les nadaístas tomada de la página sobre Gonzalo Arango (https://www.gonzaloarango.com/imagen/nadaistas-8.html)



El nadaísmo surgió en Colombia a fines de los años cincuenta con carteles que decían: “la poesía ha muerto. Invitamos a su entierro.” Los invitados al entierro se congregaban en cualquier parte y allá se leían manifiestos, se daban conferencias o se realizaban actos pánicos. El nadaísmo nace como gesto, postura y pregunta: no dice nada, obliga a abrir puertas e incluir. El primero y ya famoso postulado del nadaísmo decía: no dejaremos una fe intacta ni un ídolo en su sitio.


Los poetas nadaístas no prometen fórmulas ni esquemas, saben que no hay nada más anticuado que una preceptiva, por más vanguardista que se pretenda, e invitan a lectores y poetas a sacudirse: “El Nadaísmo es un estado del espíritu revolucionario, y excede toda clase de previsiones y posibilidades.” Un buen manifiesto no es aquel que inventa un procedimiento sino aquél que invita a crear uno nuevo cada vez.


Con el nadaísmo pasa igual que con el Tao: si uno puede definirlo, acotarlo en una explicación, quiere decir que se está equivocando, que por ahí no era. Como quien no quiera la cosa, Jaime Jaramillo Escobar anota al final del segundo tomo de su Método fácil y rápido para ser poeta la siguiente cita: “He estado explicando el zen toda mi vida –confesó una vez Basho– y, sin embargo, nunca he podido comprenderlo. Pero –dijo su interlocutor–, ¿cómo puede usted explicar algo que no entiende? Oh –exclamó Basho–, ¿también tengo que explicarle eso?” El nadaísmo evita el estancamiento postulándose como búsqueda, como esa negación de lo que en algún momento se entienda como poesía.


Con el tiempo se recuerdan más las acciones que los poemas de los nadaístas; sus actos se concentraron en ampliar el espacio de la poesía. Ése es su mayor mérito: llegarle a muchos. Si usted le pregunta a una tía o a un tendero por los nadaístas es posible que no recuerde ningún poema, pero fácilmente puede hablarle del accidente de Gonzalo Arango, la barba de Jotamario Arbeláez o el particular acento de Angelita. La poesía salió de su círculo cerrado y llegó a los tenderos y las tías; que a algunos no se les grabe nada es otra cosa: la invitación les llegó a muchos pero no todos quisieron ir. “Prácticamente no hubo lugar que no se quedara sin su conferencia nadaísta”, dice Jaramillo Escobar. “Se dieron conferencias para cinco personas, para cien, para quinientas, para un millar. Se dieron conferencias por radio y televisión, por teléfono, sentados y de pies.”


El nadaísmo llamó la atención para la poesía y los poetas. Sus primeros eventos fueron disueltos con el decoro usual de la policía y la gente se fue provocando; Gonzalo Arango ya estaba acostumbrado a terminar en la cárcel y Otto Morales Benítez nunca se cansó de pedir disculpas por las reincidencias de la policía. Los actos más recordados de esos primeros años fueron dos irrupciones a eventos religiosos: en el 59 visitaron el Congreso de Intelectuales Católicos en Medellín con fotocopias del manifiesto y “pedos químicos” (bombas de olor invencibles) que hicieron las delicias de las monjas, y en el 61 fueron a la basílica de Medellín, simularon comulgar y guardaron las hostias para luego coleccionarlas.





Pero eso no era todo, los nadaístas no sólo se limitaban a burlarse de una sociedad pacata, sino que llevaban la poesía adonde fuera. Hicieron conferencias en bares, vuelos comerciales, parqueaderos o restaurantes a la hora del almuerzo. Una conferencia en un ancianato se llamó “El nadaísmo llega a vieja”, otra en Quibdó “La obra negra del nadaísmo” y una en baño turco “El nadaísmo a todo vapor”.


Y así, después del humor necesario y vivificante, los nadaístas enfatizaban la obvia necesidad de ser leídos y sentidos por la gente común. Aunque estos hechos den la impresión de que el grupo era desordenado o irresponsable con la poesía (impresión que se mantiene hoy entre muchos), cada uno de estos actos era deliberado y perseguía la notoriedad buscada. Los nadaístas enfatizaban así la necesidad que tiene la poesía de llegar a todos; confiaban en la casualidad, el humor y el grito para llegarle a ese tendero y esa tía. Su oposición ante la academia no surgía sólo de una actitud contestataria, sino de esa necesidad de contagio que entraña la poesía. Jaime Jaramillo Escobar, quien en sus primeros años se dio a conocer con el seudónimo X–504, cuenta que fue una satisfacción conocer una pandilla callejera en Barranquilla que se hacía llamar la Barra X–504 y que cargaba una copia de Los poemas de la ofensa, su primer libro, en sus mochilas.


El nadaísmo dijo “no” a muchas taras y antiguallas que todavía boqueaban en los cincuenta y sesenta, pero eso no implica que quisieran hacer tabula rasa con toda la poesía colombiana. Invocan la posteridad para la poesía y cada poeta hacía explícitas sus influencias; el grupo declaró su admiración a León de Greiff y Álvaro Mutis y siguió hablando del Tuerto López y José Asunción Silva. De esta actitud también vale reconocer la relación que tuvieron con Fernando González: Gonzalo Arango fue varias veces a su finca en Otraparte a discutir con él sus proyectos. Gonzalo Arango hizo un prólogo muy sentido a una reedición de Viaje a pie y Fernando González rompió su silencio de años con El libro de los viajes y las presencias, donde dedica varios capítulos a tratar de entender el nadaísmo. Y es posible que Fernando González lo haya entendido, pero la explicación le quedó complicadísima.


El nadaísmo pedía que la poesía se renovara y creciera; denunciaban la necesidad de apostar y rescatarla. Rechazaban las teorías que conocían porque consideraban que adscribirse a alguna implicaría imitarla, independientemente a su valor. “El creador no sigue teorías”, dice Jaramillo Escobar. También rechazaban varios recursos retóricos porque buscaban una expresión directa, dándole importancia al significado.


El nadaísmo sobrevive como pregunta y como reto, como imposibilidad de volver atrás. Jaime Jaramillo Escobar abre así una conferencia y nosotros cerramos este artículo:


"Escriba usted como quiera, pero sacuda a sus lectores. La facultad de conmover es indispensable en las artes. Como todos los trucos están gastados, usted tiene que inventar nuevas formas. Ésa es la clave: el poder de invención. Si el lector se queda impasible y sonámbulo, si usted lo duerme en lugar de despertarlo, no diga que es un mal lector. Pregúntese si será usted un buen escritor. Debemos ser claros en esto. Todas las preceptivas, las retóricas, las escuelas, se acabaron con el siglo XX. Se abre un gran interrogante. No se resolverá en el taller colectivo. Lo resolverá usted en su estudio".


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