Recuerdo una entrada del blog de Luis Noriega donde hablaba de la “vida literaria” y de cómo alguna gente la entiende y pregona. Él cuenta que cuando llegó a España le preguntaron qué autores conocía y él contestó “pues he leído a tal y me gusta tal”, pero luego notó que le preguntaban realmente sobre qué autores conocía personalmente. Nadie quería oír hablar de párrafos, giros o versos; lo importante era conocer a los autores y departir con ellos.
He notado que muchos que presumen de lectores sólo quieren moverse en mundillos literarios, que leer es una manera de aspirar y soñar con los cocteles. Más que leer a alguna persona, lo que privilegian es frecuentarla o dar la impresión de que así es; tal vez leyeron durante estos años para irse acercando a sus escritores y poderlos conocer. Ingenuo, creí que las groupies se acercaban a los artistas por su obra y no por su fama.
Hay editores y críticos a los que llaman “escritores frustrados”, pero estos lectores aspiracionales ni siquiera anhelan escribir; tampoco son editores o críticos frustrados, no, son por muchos cortesanos en camino de frustrarse.
He oído conversaciones sobre autores muy elocuentes. Se habla de tal o cual persona y nadie dice “me gustó o no me gustó tal obra”, ni siquiera incurren en la hipocresía de decir que los quieren leer luego o que no han tenido tiempo... No, acá es de frente: la gente dice “sí, lo conozco” o “sí, yo estuve con ella” -y si no pueden pregonar algún vínculo al menos dicen tener su correo electrónico. Luego cuentan cómo están al corriente de las jugadas de esta escritora, si se la pasa en un bar u organiza tal encuentro, o si este escritor va a tal café y ahora vive en tal ciudad.
Triste, decepcionante y frecuente.